Un dφa, al terminar la lecci≤n, cuando Jaime, y Pφo Cid tras Θl, salφan del gabinete donde tenφan sus coloquios, se asom≤ la duquesa a la puerta del despacho, que estaba contiguo, y como quien hace una pregunta sin importancia, dijo, tomando la cara de Jaime:
-┐QuΘ tal el discφpulo? ┐Le da a usted mucho que hacer? ┐Es muy desaplicado?
-Es la aplicaci≤n misma -contest≤ Pφo Cid deteniΘndose-. Aprende la mitad o mßs de lo que le ense±o, que es cuanto se puede apetecer.
-┐QuΘ le ense±a usted ahora? -volvi≤ a preguntar la duquesa-. Pero pase usted... Y t·, Jaime, vete a comer, que ya es hora. ┐Conque es tan aplicado? Asφ me gusta.
-Sφ, se±ora -dijo Pφo Cid, entrando en el despacho y sentßndose en una silla que le se±alaba la duquesa-, adelanta mucho, y vamos a sacar de ei una notabilidad.
-íUna notabilidad! -exclam≤ la duquesa con admiraci≤n un poco forzada-. ┐Pero una notabilidad en quΘ? ┐QuΘ le ense±a usted ya?
-Le estoy ense±ando en primer tΘrmino a hablar -asegur≤ Pφo Cid gravemente-. Jaime ha empezado muy pronto a estudiar idiomas, y el que menos conoce es el suyo propio; lo habla como un extranjero.
-Dicen que esta es la mejor edad para estudiarlos...
-Sφ, es la mejor, a condici≤n de que al estudiar los idiomas extranjeros no se olvide el propio, y de que con las palabras extranjeras no entre tambiΘn el espφritu extranjero.
-Usted es espa±olista rφgido, por lo que se ve.
-Soy espa±ol nada mßs, y no me asusto de que abramos las puertas de par en par a todas las ideas, vengan de donde vengan. Lo que no me parece bien es que perdamos nuestra personalidad y seamos imitadores serviles. Jaime ha tenido una institutriz inglesa, y es casi por completo un inglesito, y yo no veo la raz≤n de que esto sea asφ. Cada cual debe de ser por fuera lo que es por dentro; el que se retoca para no parecer lo que es da mala idea de si mismo, puesto que Θl mismo empieza por despreciarse.
